Detesto oír los perros aullando, pero Cristóbal dice que los necesita para ir de caza e insiste en tenerlos en el patio. Su escandalera se me clava tan hondo en el alma que me da por golpear con todas mis fuerzas lo primero que se pone a tiro. Hace ya un tiempo que aprovecho los porrazos para algo útil, y así he ido enderezando algunas cosillas que andaban maltrechas por casa. Esta tarde noto a los perros más tristes y aún no he decidido si arreglaré a mi marido o probaré con la lavadora, que hace una semana que no centrifuga.
David Rubio
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