miércoles, 10 de febrero de 2016

Así empieza "Herejes", de Leonardo Padura


"Varios años le tomaría a Daniel Kaminsky llegar a aclimatarse a los ruidos exultantes de una ciudad que se levantaba sobre la más desembozada algarabía. Muy pronto había descubierto que allí todo se trataba y se resolvía a gritos, todo rechinaba por el óxido y la humedad, los autos avanzaban entre explosiones y ronquidos de motores o largos bramidos de claxon, los perros ladraban con o sin motivo y los gallos cantaban incluso a medianoche, mientras cada vendedor se anunciaba con un pito, una campana, una trompeta, un silbido, una matraca, un caramillo, una copla bien timbrada o un simple alarido. Había encallado en una ciudad en la que, para colmo, cada noche, a las nueve en punto, retumbaba un cañonazo sin que hubiese guerra declarada ni murallas para cerrar y donde siempre, siempre, en épocas de bonanza y en momentos de aprieto, alguien oía música y, además, la cantaba".

Este es el primer párrafo de "Herejes" (Tusquets, 2013), una novela de Leonardo Padura sobre lo difícil que resulta sostener un pensamiento religioso o social distinto del establecido. Y cuando una novela empieza así es casi imposible soltarla hasta que se acaba. La ciudad, por cierto, es La Habana.





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