domingo, 14 de febrero de 2016

El ajedrecista politizado (relato)


Por delante de cualquier otra consideración, estaba el asunto de su lucidez. No era cosa de dudar de ella. Aquel hombre derrochaba inteligencia por los cuatro costados. Justo después venía su portentosa capacidad de concentración, algo fuera de lo común en gente de su edad. Pero no, no solo era eso. Atesoraba también una enorme paciencia y una activa tenacidad, dos cualidades auxiliares aunque imprescindibles para triunfar en el ajedrez. Sin embargo ¿cómo explicar, a pesar de todo, que el tipo no dejase de perder todas y cada una de sus partidas?

Un día me propuse aclarar el pequeño misterio de sus derrotas frente a los escaques del tablero. No tengo reparos en confesar que lo que yo trataba de descubrir era algún defecto suyo, alguna clase de tara que me permitiese echar por tierra la humillante aureola de genio poco común que lo envolvía. La verdad, no lo soportaba.

No tardé en dar con ello. Era cuestión de escrutar atentamente el movimiento de sus ojos y entender la falta de nervio con la que defendía su rey. Me dio la impresión de que llegaba a experimentar un placer retorcido cuando su contrincante le dirigía las cuatro sílabas ya familiares, el solemne “jaque mate” que era incapaz de soliviantar su orgullo. Para un observador implacable como yo, resultó obvio que la imagen de su propio rey caído sobre el tablero lo llenaba de un regocijo insano. Até cabos y recordé que la política siempre está en la base de todo: el individuo era un republicano impenitente.
Ignacio Sánchez

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